jueves, 8 de agosto de 2013

Prólogo:mi desgarro antes del día crucial.


Santiago, 7 de agosto de 2115


Al momento de escribir estas líneas, ya no queda nada más que hacer, y puedo disfrutar del dulce descanso del que ha trabajado bien. No hay más preparativos que realizar, ni deudas que satisfacer, ni agravios que enmendar. (Bueno, lo de las deudas y los agravios es algo personal. No creo que el resto del comando piense en esas cosas.) Revisar nuevamente los planes sería sólo para confundir y poner nervioso al equipo, pues todos tenemos obsesivamente memorizado cada paso de lo que hemos de hacer, juntamente a los planes B,C y D. Las armas, los vehículos terrestres y aéreos, la ubicación de los satélites, los explosivos, los suministros, las medidas y contramedidas electrónicas, las comunicaciones, los drones y androides, todo ha sido pasado por el crisol de la inteligencia hasta llegar al nivel de perfección y pulcritud con que hemos procurado vivir toda nuestra vida para evitar caer en el infierno en que cayó casi todo el mundo. El capitán nos ha dejado en libertad de acción durante todo este lluvioso día, hasta las cinco de la madrugada del jueves. Solamente debemos tener cuidado de no dejar divagar nuestra mente. Como una espesa humareda que se cuela en un habitación, y enturbia todas sus formas de modo que ni el más nictálope puede ya ubicarse y salir de ella para evitar el sofoco, así entra la locura en todos los cerebros que no se mantienen pensantes y ocupados. De hecho creo ver, sentir, ese tono crepuscular en este lugar.Todos debemos luchar contra esta tragedia que ha azotado y devastado al mundo entero, y que mañana podría terminar.

Todos hacen distintas cosas, y se nota que están preparados. Si sintieran por un instante que no están preparados, estarían todavía haciendo preparativos. Así somos. Pero no me voy a preocupar más. Puesto que todos se han diseminado por los distintos rincones de esta oscura estación del metro lúgubre como un mausoleo, debo confiar en que han preparado todo. El resplandor de muchos braseros de hidrógeno que hay frente o dentro de cada tienda instalada en los andenes (incluso hay tres carpas en la misma vía por la que se proyectó algún día que pasaría el metro) no es suficiente para poder verlos a todos. Sólo puedo ver a los que están más cerca, al calor de la electricidad, y al resto los percibo como si fueran etéreos fantasmas. Escucho los ruidos de sus movimientos,  los murmullos de sus conversaciones y hasta sus risas. Yo no sé cómo pueden reír en un momento como éste. Hay mucha gente querida acá, que quisiera mencionar, y no me avergüenza decir que se me forma un nudo en la garganta de pensar que sin duda hay algunos que nunca más veré. Pero me estoy adelantando. Quiero concentrarme en escribir bien esto. Quizá algún día alguien lea ésto, y quizá en tiempos más buenos alguien haga una película sobre ésto, como se han hecho tantas con los grandes acontecimientos de la historia.  Soy bueno pensando y escribiendo, y noto muchas cosas que otros no notan. Por ejemplo, estoy casi seguro de que soy el único que ha notado que afuera está lloviendo. Lo puedo notar en los pequeños cambios de tonalidad del concreto del techo de la estación, ya que directamente sobre él hay un descuidado pastizal,que algún día fue un prado, el cuál permite una pequeña infiltración de agua hacia la losa del techo. Tal vez por esa gravísima falla de construcción esta estación, diseñada el año 2002, nunca entró en funciones. Pero vamos, estoy divagando otra vez. Es muy probable que sea lo último que escriba, y me gustaría dejar algún rastro de mi existencia sobre la faz de esta ciudad. Y de la existencia de la gente que quiero, de la gente pensante que luchó a mi lado por la libertad de la mente humana.

Primero lo primero: mi nombre es Aldo Quezada, tengo 33 años y he vivido en la clandestinidad toda mi vida. No hay registro de mi existencia en ninguna entidad pública ni privada. Y no, no soy aquél Aldo Quezada que descubrió el origen de la enfermedad que estaba enloqueciendo a los santiaguinos. Ese fue mi padre, una de las pocas personas que yo realmente he admirado. En segundo lugar, haré una descripción breve de los principales rasgos de la situación presente, ya que no sabemos cómo cambiarán las cosas para mañana, y deseo impedir el más mínimo riesgo de que esta historia se repita en el futuro, puesto que intereses de todo tipo forcejean por silenciarla: en el año 2020, siendo Santiago una urbe como cualquier otra, de un mes para otro los índices de enfermedades mentales, violencia, delincuencia, epilepsia, suicidios, y asesinatos se dispararon repentinamente, al punto que las autoridades decretaron estado de excepción. La ciudad fue aislada del resto del país y del mundo con cercas eléctricas, minas, puestos de vigilancia elevados, e incluso en algunas partes con muros de concreto. Las comunicaciones con el mundo exterior se cortaron, y hasta el día de hoy, hasta donde sabemos, nadie ha salido o entrado a la ciudad, aunque hemos sabido algunas cosas del mundo exterior. Hoy, casi 100 años después, la ciudad se ha estabilizado en una normalidad invertida, si lo puedo llamar así. Quiero decir que antes de los años 20, los enfermos mentales eran una minoría encerrada en centros psiquiátricos y la gente considerada normal vivía afuera. Hoy, por el contrario, la gente normal vive encerrada en barrios de sanidad mental militarmente defendidos. Las personas que parecen vivir sin contacto con la realidad, o que son clasificadas como insanos por las autoridades, y que según creemos son el 95% de la población, viven libres, aunque también se les ha organizado en barrios, para su mejor administración y, debo decirlo, explotación. Y gracias al trabajo de mi padre y sus amigos hoy sabemos que esto no fue un accidente. Hubo personas que conocían el posible resultado, y deliberadamente siguieron adelante desatendiendo toda advertencia. Algunos creían tomar un riesgo calculado. Otros sabían exactamente qué sucedería. Mi padre descubrió cómo neutralizar en gran medida el efecto metempsicosis, pero mientras él estuvo vivo no tuvimos la fuerza necesaria.  Ahora somos muchos, y por fin tenemos una verdadera oportunidad.

De aquí al amanecer no tengo tiempo de describir todo lo que quisiera. No obstante, junto a este documento dejaré el diario de mi padre, que tiene pormenores detallados del proceso de decadencia mental masiva y de sus investigaciones y batallas. El lector podrá así formarse una idea bastante exacta de lo que realmente sucedió. Todo este material será enviado afuera mañana mismo. Estoy seguro de que podré encontrar el equipo necesario para que el mundo se entere de lo que aquí sucedió. Mi vida ha llegado a su punto álgido. En realidad lo hago por el mundo y por mí: quiero dejar constancia de éstos cuadros de mi existencia. Quizá la última antítesis de mi persona, para lograr la síntesis final de todo lo que fui. Seguramente, mi desgarramiento final antes de la paz absoluta.